martes, 5 de julio de 2011
Buenos Aires viceversa I
Túneles para tuberculosos, pasadizos jesuitas, arroyos subterráneos con las huellas de viejos atentados, zanjones bajo tierra de la época de la Colonia, restos de la represión de la última dictadura militar entre excavaciones arqueológicas y un tramo olvidado de una línea de subte, que bien podría volver a funcionar. Radar pasó casi un mes descubriendo las heridas que la ciudad esconde bajo la tierra y se enredó, además, entre los mitos y leyendas que rondan los subsuelos de Buenos Aires.
POR MARIANO BLEJMAN
Se podría pensar en Buenos Aires como una alfombra mágica que no vuela, pero esconde sus misterios bajo los pies. O suponer, también, que los trazos de historia están del lado subterráneo de esta ciudad. Debajo de la tierra quedan guardadas las resacas de un pasado a punto de hervir entre las juntas de baldosas de alquitrán despintado. El archivo vivo de la ciudad. Aquí abajo la tierra late y no muere de asfixia por más que le falte aire.
El suelo está lleno de heridas y casi todas están abiertas: hay rastros de túneles para tuberculosos, pasadizos jesuitas, arroyos subterráneos que guardan restos de un atentado y zanjones olvidados desde la época de la Colonia. También pueden encontrarse bajo las baldosas de la ciudad restos de terrorismo de Estado en medio excavaciones arqueológicas, o un tramo olvidado de subte que bien podría volver a funcionar. Incluso, se encontró un gliptodonte mientras se construía otra estación subterránea. Los mitos, las leyendas y las realidades se amontonan en la cara de Buenos Aires que da para el lado del Infierno. Son capas de memoria, una debajo de la otra, apretadas, sin luz y con tierra. Pero si están ocultas, sin acceso público, y parecen olvidadas, es porque algo escondieron. O, mejor, porque algo esconden.
Arroyo Maldonado
El día está amaneciendo para esta ciudad que ni ve que es surcada por un río. Un bote de la Prefectura Naval ingresa por la desembocadura del Maldonado, el arroyo entubado más grande de la ciudad: tiene 18 kilómetros de largo. En una época, cuenta uno de los prefectos, el cauce venía abierto desde la provincia, pasaba por la General Paz, bajaba por Díaz Vélez hasta Juan B. Justo y desembocaba en el Río de la Plata cerca del Club de Pescadores, donde estaba el pequeño puerto Portalis. Fue tapado en 1930, para la misma época en que Yrigoyen era derrocado por Uriburu. Los desbordes del arroyo castigaban a la población de Villa Crespo y Palermo. El gobierno, al parecer, se iba a encargar del resto.
El bote a motor esquiva ahora a un grupo de buzos que practican en el lodo. Salimos desde la Prefectura hacia el Aeroparque por río, en un corto circuito de recorrido citadino. Durante unos instantes, surcamos entre containers apostados en la Aduana. Los carteles dicen Evergreen (“Siempre verde”), pero el río sigue siendo marrón. Vienen los dos prefectos buzos, sin patas de rana, pero con un salvavidas extra. El sol pega de frente sobre la costa y los rayos rebotan en el agua, ofreciendo luz hacia el túnel. No hay crecida, por suerte, y se puede navegar tranquilo, como cuando se escaparon por aquí dos saltimbanquis, en la historia que mitificó la película Perdido por perdido. Al menos en el ingreso, el túnel es cuadrangular y tiene una serie de columnas a ambos costados. Por el medio, anda el bote y sus tripulantes. No hay demasiado olor, a pesar de las conexiones clandestinas de cloacas. Se escucha, eso sí, el paso de los autos de la Costanera y la turbulencia de los aviones. A pocos metros de la entrada, la luz deja de existir. Un prefecto prende una linterna de bajo calibre y alumbra a todos lados con pulso débil, como queriendo adivinar si aquí hay alguien más.
¿Visitan seguido el arroyo?
–Y... cuando hay algún visitante ilustre, algún ministro o presidente, tenemos que inspeccionarlo.
¿Desde cuándo hacen las inspecciones?
–Desde que pusieron la bomba, mire ahí adelante...
El bote se acerca lentamente. El prefecto señala a lo lejos: en el techo se vislumbra un inmenso boquete abierto hacia abajo, que toma forma a medida que nos acercamos. El prefecto recuerda el fallido intento de atentado que –según dan cuentan los documentos recientemente desclasificados por los Estados Unidos– el ERP iba a perpetrar contra elavión presidencial que llevaba a Jorge R. Videla el 18 de febrero de 1977. La bomba tenía que explotar cuando el avión despegaba de Aeroparque con destino a Bahía Blanca, pero el control remoto fracasó por segundos. Y una segunda bomba fue desactivada a tan sólo unos metros por la policía.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario