miércoles, 29 de abril de 2009

Enrique Pinti nos dice: “Lo que había y lo que hay”



“Lo que había hace cincuenta años era una escuela pública excelente y al alcance de la mayoría de la población, hospitales con buen servicio que figuraban entre los mejores de América, posibilidades de acceso a carreras universitarias, escuelas técnicas de primera categoría y multitudes que cada fin de semana llenaban cines y teatros, pizzerías y restaurantes de todas las categorías” Cada vez que la vida y su devenir no siempre armónico nos ponen en una encrucijada y no sabemos qué actitud tomar, en medio de ese torbellino donde vemos caer a pedazos nuestros códigos y supuestas seguridades, es conveniente tratar de calmarse y pensar algo tan simple y complejo a la vez como: “¿Qué tenía antes que no tengo ahora?”, “¿podré recuperar lo bueno que se fue, reemplazarlo, encontrar nuevas pautas y comenzar un nuevo camino hacia la armonía?” De las respuestas que uno encuentre dependerá nuestro futuro.
La sociedad argentina, como todas en este momento crítico del mundo, se encuentra ante encrucijadas en medio de un derrumbe que va mucho más allá de lo puramente económico y arrastra en un alud de barro muchas convicciones y formas de interpretar la realidad. Es hora de actuar serenamente dentro de lo que se pueda y no dejarse llevar por “impromptus” y extremos peligrosos. Es momento de preguntarse: ¿qué teníamos antes de que la tormenta arrasara con tantas “cosas seguras”? Si mi memoria no me falla demasiado (este dinosaurio está próximo a cumplir setenta años), lo que había hace cincuenta años era una escuela pública excelente y al alcance de la mayoría de la población, hospitales con buen servicio que figuraban entre los mejores de América, posibilidades de acceso a carreras universitarias, escuelas técnicas de primera categoría y multitudes que cada fin de semana llenaban cines y teatros, pizzerías y restaurantes de todas las categorías. Dios estaba en todos lados, pero atendía en Buenos Aires, porque el país federal era lo más unitario que había en plaza. Cada tanto las fuerzas armadas se metían en los gobiernos a punta de pistola y el estado de sitio era una “medida preventiva” que podía durar años y años. El funcionamiento de las instituciones era irregular y lleno de altibajos, había políticos confiables, políticos corruptos, abusos policiales y una crónica roja delictiva que no excedía los límites habituales de cualquier urbe mundial. La libertad de prensa era muy relativa y se podía circular fluidamente por las rutas del país, eso sí, muy estrechas y generalmente mal iluminadas. Los cinturones industriales rodeaban no sólo a la gran capital, sino también a algunas importantes ciudades, como Córdoba, Rosario, Santa Fe y Mendoza.
En esas fábricas había trabajo, a veces no muy bien remunerado, pero trabajo al fin, con lo que eso implica, o sea, cultura de trabajo. Los inmigrantes que habían llegado desde Europa huyendo de las calamidades de la guerra vivían su madurez bendiciendo esta tierra que les había dado la oportunidad de volver a comer todos los días y transmitían a hijos y nietos ese principio de esperanza y sobre todo de fe en el trabajo como pasaporte a la dignidad, condición básica para una vida mejor. Había zonas de pobreza inconcebibles en un país con tantos recursos y, así, en el Impenetrable chaqueño y en lugares puntuales del Norte se podían ver injusticias sociales que daban bronca por lo evitables. La picardía del estafador o el vendedor de “cuentos del tío” alimentaba el imaginario popular de la “chantada” como método de vida fácil. O sea, no todo eran rosas. Había problemas, enfrentamientos y negaciones de un sistema auténticamente republicano, democrático y federal, pero no se veía lo que hoy se ve.
¿Qué no tenemos que antes teníamos? Trabajo, escuela y salud. Cerrar fábricas, descuidar al docente y a la educación, privilegiar el oportunismo aventurero, aislar zonas por la eliminación del transporte, hacer grandes autopistas y shoppings, pero olvidarse de un mínimo de justicia en el reparto de bienes, hacer la vista gorda ante la introducción de carteles de narcotráfico y crear una generación sin trabajo estable, con falta total de contención, con gobernantes ávidos de poder que dan el peor ejemplo y en una crisis total de ideales y utopías.
Entonces, olvidarse de que orden no es represión indiscriminada, de que los códigos de convivencia no son “viva la Pepa”, sino respeto por el otro… es lo que supimos conseguir. No somos “culpables”, pero sí responsables por nuestro mal voto, nuestra indiferencia y nuestra miopía y frivolidad al no dar importancia a los primeros síntomas de abuso y desigualdad social, cuna asquerosa de todos los males. No es fácil volver a tener lo que perdimos, pero el primer paso es entender qué es lo que dejamos caer.
Enrique Pinti



Pinti en CQC

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