domingo, 11 de septiembre de 2011

El Pasteur mentiroso




Perros grandes, pequeños, emperrados y abotonados con su propio destino. Están con rabia de ser perros. Ladran, muerden y se pelean. Aunque también hay paseadores de perros y perras paseando este mediodía en que parecen estar todos los animales en el Parque Centenario, ladrándoles a los fantasmas de su pasado. O a sus dueños o a los que venden praliné o a los que tiran maní al suelo, qué más da. Ladran por el encanto de hacerlo. La jauría implica también muchos pies enchastrados. Pero ninguno sabe que, en un costado del parque, el Instituto Pasteur se dedica, entre otras cosas, a sacarles la rabia a los perros. Y que debajo del Pasteur hay seis túneles intactos.
Quien nos recibe es el director del Pasteur y lleva también nombre de hospital:
–Soy el doctor Lencinas, mucho gusto –dice de pulcro guardapolvo blanco y ofrece la mano.
En la visita, además del doctor y un encargado, está la investigadora Margarita Eggers Lan, de la Comisión para la Preservación del Patrimonio Histórico y Cultural de la ciudad de Buenos Aires, quien –junto a su equipo– está a punto de editar un libro para alumnos de primaria, Historias bajo las baldosas, y ha descubierto, como ella dice, “retazos de memoria undercity”. Eggers Lan se convertirá, de aquí en más, en otro bastón para seguir el recorrido subterráneo.
Pero ahora esperan los túneles del Pasteur. Tal cual está, el Pasteur fue inaugurado el 27 de julio de 1927, cuando era director Ramón Aranguren. Aunque claro, dice el doctor, la historia considera a Desiderio Davel como el avanzado que combatió la rabia –al comienzo, en su propia casa– entre 1896 y 1900. Y tuvo que esperar casi un siglo para ganarle. Desde 1978 no se registran casos de rabia humana.
–Venga, pase por acá –dice el doctor y estampa su guardapolvo blanco entre unas telarañas de la entrada por la zona de mantenimiento.
Son seis túneles que se comunican entre sí. Van entre pabellones y uno llega hasta la morgue de animales en “proceso judicial”. Por dentro, quedan los restos de caños olvidados. Por arriba, el patio es la única forma de comunicar los pabellones.
¿Para qué se hicieron los túneles, doctor?
–No lo tenemos muy claro. Se supone que un túnel se utiliza para que algo no sea visto, ¿no?
Sí.
–¿Y qué se puede esconder aquí?
Dígame usted...
–Mire, observar la muerte y la enfermedad no suele ser muy sano.
La comunicación entre los distintos pabellones por debajo de la tierra era una modalidad de la época: se han encontrado túneles también en el Hospital Militar, el Moyano, el Rivadavia. Sin embargo, Osvaldo Pérez, otro de los médicos que investigó el Pasteur, no entiende todavía la lógica de estos pasadizos, hoy cerrados al público: “No encuentro una explicación lógica ni política de los túneles. No encuentro una justificación clara. En aquella época, a los animales se los liquidaba y nadie se quejaba. Además, esto tampoco funcionó como una unidad hospitalaria. Hasta hace tres años sólo atendía a la gente mordida y a los perros. Y que yo sepa nunca hubo enfermos, ni tuberculosos.
–A mí me gustaría volver a arreglarlos –aclara en tanto Lencinas.
¿Por qué?
–Así cuando llueve no nos mojamos al cruzar por el patio.




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