sábado, 5 de enero de 2008

Fray Junípero Serra, un mallorquín de trascendencia en dos continentes

A partir de su nacimiento en Petra y habiendo cursado estudios en el convento de San Francisco en Palma de Maññorca, lo encontramos en Méjico y más tarde por toda esa zona de la costa oeste del norte de América, que hoy se conoce como California.





Mallorca tiene la gran felicidad de tener entre sus hijos a personajes de proyección en el mundo, uno de ellos es sin duda, Fray Junípero Serra.
Nacido en Petra, el 24 de noviembre de 1713 y bautizado con el nombre de Miguel José, era el tercer hijo de un hogar humilde de labradores, que estaba constituido por su padre, don Antonio Serra y Margarita Ferrer, su madre y dos hermanos.
El contacto con los franciscanos en su pueblo, fue la base de su educación y observador de las actitudes solidarias de sus primeros mentores, decidió seguir la carrera eclesiástica, para lo cual, después de cumplir los quince años, dejó la casa de sus padres y se dirigió al convento de Jesús, en Palma de Mallorca, donde toma los hábitos y hace el noviciado, destacándose por sus cualidades intelectuales. De ésta manera al cumplir 18 jóvenes años, el hasta ese momento llamado Miguel José, se convierte en fray Junípero.
Es notable su dedicación a la Filosofía y a la teología, tanto que, nueve años mas tarde es nombrado profesor de la primer materia en el convento donde ha estudiado y más tarde profesor de Teología en la Universidad Luliana de Palma.
El hecho de sus tareas como profesor, no evitaron sus profundos deseos de hacer labor apostólica y se movía por la isla, con este fin.
A raíz de los comentarios sobre la labor evangelizadora que se llevaba a cabo en Méjico, donde eran notables los resultados a favor, tanto de los nativos del lugar, como así también de quienes llegaban a conquistar nuevas tierras, fray Junípero decide dedicar su vida integralmente al proceso de evangelización, para lo cual en 1749 se embarca en Cádiz con destino al puerto de Veracruz, tan lejano de su Petra natal.





A los pocos meses de estar en el nuevo mundo (en realidad habían pasado dos siglos desde su descubrimiento por Europa), es nombrado jefe de los voluntarios que se ofrecieran para la evangelización de Sierra Gorda y se dirige al inhóspito territorio, a pesar de una llaga en su pierna, provocada por una picadura, que lo acompañaría de por vida.
Aprende el idioma del lugar y enseña a los naturales el manejo de utensilios de labranza, tan caros en sus recuerdos de su lugar de nacimiento y su hogar, como así también ganadería, artesanías, etc., enseñanza que se practica en el entorno de las misiones, lugares donde el evangelio era el tema predominante.
Hasta aquí podría decirse que todo esto era parte de lo que aquellos sacrificados misioneros solían hacer, pero mas allá del tesón con que éste admirable fraile ponía en todas sus obras, era la dimensión de estas, en cantidad, en calidad y porqué no decirlo en tamaño.
Pero existía un detalle que marcaba la importancia de su profundo pensamiento misionero y era que no se limitaba a planificar y observar el trabajo, sino que se lo encontramos entre quienes hacían piedra a piedra la labor, colocando materiales como uno más y no digo al pié del cañón, ya que era con otros elementos con los que éste hombre ejemplar, llevaba adelante su tarea.
De ésta manera surgen las misiones de Sierra Gorda, el complejo misionero de Jalpán, dedicado a la Virgen (Pilar o Guadalupe, según se vea) y tantas otras.
Dotó cada una de sus creaciones con un futuro de grandeza, ya que recordando a los santos que en su iglesia de Petra eran venerados, crea San Francisco, Los Ángeles, San Buenaventura, San Bernardino, Santa Clara, San Antonio, San Diego y tantos otros que en el día de hoy son ciudades de las más importantes de la costa oeste.
Tamaña visión la suya, que en su destino apostólico le permitió prever el futuro de esas tierras, pero tamaño esfuerzo el que puso en su consecución y tamaña también, es la gratitud de quienes se vieron beneficiados, no solo por la palabra de Dios, sino por la enseñanza del trabajo fecundo y el legado de tantas perlas de un collar de amor y fé.

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